Viaje (en picada) a Tombuctú
Primero vayamos por los detalles menos importantes:
1. En un primerísimo primer plano aparece el perfil de Ana, la niña protagonista, mirando a través de una ventana con expresión melancólica. La imagen es dominada por la mejilla de la niña, con muchas pecas y lunares que destacan nítidamente en su infantil figura. Una superposición de imágenes muestra ahora el mismo primerísimo primer plano de Ana, pero esta vez adolescente, mirando a través de la misma ventana, con la misma expresión melancólica. Pero, ésta Ana adolescente no tiene ya pecas ni lunares en su mejilla. Parece un detalle menor, pero aquel plano mal elegido nos hace dudar por un momento si la niña y la adolescente aparecidas en las imágenes traslapadas, son la misma persona.
2. Ana y Lucho usan un pequeño bote como refugio cuando necesitan conversar, subidos en él se internan en el mar de la punta y sólo allí se sienten un poco más libres. Entonces en la pantalla aparece (en varias escenas) el extenso y calmo mar de la punta, el bote con la pareja balanceándose suavemente con el vaivén de la marea, y como telón de fondo (de esta historia ambientada en los años ochenta), se observa, curiosamente, las enormes estructuras metálicas rojas, pertenecientes al “Muelle Sur del Callao”, construidos en el año 2010. Otro plano mal elegido, que va en desmedro de la verosimilitud de la historia y de la ambientación de época.
3. Ana, Lucho y varios amigos del barrio están en un autobús viajando por las alturas andinas, el vehículo lleva además a otros pasajeros, todos evidentemente, pobladores de la sierra. Es de noche y en medio de la carretera el autobús se detiene, sube un policía y pide documentos a todos los pasajeros, el policía observa, ayudado por su linterna, la libreta electoral del primer pasajero, le ilumina el rostro con la linterna y descubre, oh maravilla, que el sujeto tiene rasgos andinos, y con ese argumento, (como si fuera novedad que en medio de la sierra existan pasajeros de piel trigueña) lo acusa de ser terrorista por tener “cara de serrano”. Como es de esperarse, acusa de lo mismo al siguiente pasajero, y al siguiente y al siguiente (porque todos tienen rasgos andinos). Los improperios y los golpes tras el curioso hallazgo (el de un hombre de rasgos andinos en la sierra (sic)) terminan por caricaturizar la escena.
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Estos y muchos otros errores de forma, podrían ser simplemente parte de la anécdota, descuidos permisibles en un primer proyecto de largo aliento. ¿Quién no ha cometido el desliz de elegir un plano que complica la narración? ¿Cuántos errores de continuidad suceden incluso en las más fastuosas producciones? Sin embargo, hay algo que no puede descuidarse en una película, la manera de contar la historia. Y es allí donde "Viaje a Tombuctú" termina siendo un vuelo en picada que termina cayendo de manera estrepitosa. Rossana Díaz Costa, la directora de este largometraje, se desentiende de la historia y apela más al sentimentalismo y la melancolía, espera mucho del espectador, o se esperanza en que éste aprecie las estampas del pasado, el trabajo de época, la música ochentera, los jeans con pliegues y en fin, todo aquello que podría arrancar, a lo mucho, un suspiro. Por el contrario, el planteamiento de la historia es deficiente aún cuando esté plagado de buenas intenciones. Pero las buenas intenciones nunca son suficientes para alcanzar el cielo, o narrar eficazmente una historia.
El inicio de la película parece ser la parte más lograda, el manejo de la luz en los exteriores y los bellos escenarios de ese gueto de la clase media que es La Punta son aprovechados bastante bien. Los niños actores, si bien no tienen una actuación destacada, parecen convincentes intentando ser naturales. Pero la imposición de diálogos inverosímiles y forzados empieza a hacer mella cuando todavía la historia no terminaba de convencer. Al final de esta primera parte, la amistad entre Ana y Lucho termina siendo estropeada por esa forzada intención de construir “momentos memorables” cuando bien podría haber seguido destilando naturalidad e inocencia.
El tiempo transcurre y las escenas que intentan describir el pequeño mundo de los adolescentes clase medieros nunca terminan de convencer por los diálogos que siguen siendo impostados y pretenciosos en extremo. Además, ningún personaje parece destacar de esta narración que a ratos intenta ser intimista, y a veces coral. Todos los muchachos del barrio terminan siendo apariciones fantasmales de gente sin brillo ni profundidad. En este mar de desaciertos, el personaje de Lucho (una especie de joven marginal pero muy aficionado a la lectura) es también desaprovechado, vuelven los diálogos melifluos y trillados, la sensiblería extrema pero sin relieve. Ninguna escena es lo suficientemente precisa para definir el carácter de Lucho, su crisis, sus dilemas, ni su personalidad son presentados con eficacia; todo termina siendo ambiguo, incompleto y soso.
Y en medio de este ambiente ciego sordo y mudo, la guerra interna nunca nos toca como espectadores, no hay drama que nos conmueva, el retumbar de las bombas apenas si parecen malos efectos especiales o falsas celebraciones de fin de año. La tragedia vivida por todo un país en los años ochenta terminan siendo banalizados y presentados de manera tan superflua que lindan con la caricatura.
La escena final es, además, un homenaje al mal gusto, un último plano no va a conmover a tal extremo como para salvar la película, así que la secuencia final, alargada en demasía, sólo sirven para terminar de hostigar a los espectadores.
Y por si esto no fuera poco, las actuaciones dejan mucho que desear, los planos no tienen ningún cuidado, hay cierto apuro o descuido en muchas de las escenas, en hacerlas menos elaboradas de lo que en general debería exigir el cine, existen secuencias con cámara al hombro que no transmiten movimiento sino confusión, varios encuadres no ayudan a sumergirnos en la trama sino que distraen por su mala concepción, los diálogos, como ya se ha dicho, son muchas veces inverosímiles e impostados. Todo este océano de errores, más extensos que el mar de La Punta, nos deja en claro que el avión amarillo de “Viaje a Tombuctú” fue en realidad un vuelo en picada. Y para otra oportunidad será.
Escrito por: Juan O.R.
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Todo el buen cine.
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